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gerando; puede ser que a mis treinta la vida me estaba
ofreciendo el más hermoso de los regalos: un viaje a la
selva. ¡Sí, debe de ser eso!, pensaba. Mientras, surcaba el
cielo dejando atrás las montañas, las grandes metrópo-
lis, el afán de la ciudad, para encontrarme los deslum-
brantes Llanos Orientales, adentrándome cada vez más
en la tupida selva colombiana, que no cabe en los ojos.
Verte desde el aire fue un espectáculo: ¡qué hermoso
eres! Tan bello como la vida misma ahí estabas, pausa-
do, tranquilo, de manos abiertas y extendidas hacia mí,
y sólo una pregunta me habitaba: ¿qué sorpresas traerás
a mi encuentro?
Empecé a conocerte como se conocen los amigos: des-
pacio, con la mirada puesta en vos y con las ganas de
acercarme a ti. La primera sorpresa que me obsequiaste
fue el majestuoso río Vaupés, dádiva que a nadie has ne-
gado. Los días empezaron a confundirse, también tu vida
y la mía, entremezcladas la alegría, el dolor, el horror, la
tristeza, la rabia… Estas últimas emociones, atenazando
mi ánimo y agitándolo, golpearon en lo profundo de mi
ser, pues eran los niños, tus hijos, los que las llevaban im-
borrables en sus rostros. Era, tal vez, la huella del daño
que te ha hecho este mundo occidental del que hago
parte, y que sordo te sigue haciendo. Tan triste me sentí
al verlos, que no vi otra cosa por hacer más que grabar
esa otra imagen con mi cámara. Quería preservar para
otros el semblante de tus gentes angustiadas por el abu-
so que los actores armados ejercen en tu suelo, quería
fijar cómo asomaba la impotencia y el desconcierto ante
el constante saqueo de saberes y recursos arrebatados a
tus entrañas: la privatización de tus aguas que son tus
manos y a la vez tus “cachiveras”; el dolor por el maltra-
to en tus pies que son los indígenas; y la destrucción de
tu cuerpo que es la selva.
Y me pregunté: ¿cuándo seremos lo suficientemente
fuertes para luchar por nuestra tierra, nuestra identidad,
nuestros pueblos, nuestros niños y niñas, si tú y otros lu-
gares y gentes de este país viven todavía en resistencia
solitaria ante este mundo occidental que amenaza y ava-
salla toda identidad posible? Te vi triste y lloré, me temo
que será lo mismo cada que te vea, no sé si fue por ver