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a tus gentes, tus niños, por lo que allí escuché o porque
tu majestuosidad es tan grande que siento nunca llegar
a conocerla como se merece. Te sentí como quizá nun-
ca he sentido ningún otro lugar, disfruté cada momento
que me regalaste y me quedé en los ojos de tus hijos, con
esos ojos color tierra. La tierra que guardas con tanto es-
mero para regalarnos la sabiduría de 26 etnias indígenas.
Me he quedado en la belleza incomparable del Apaporis,
la traviesa sorpresa del río Vaupés, las alas abiertas de
tangaras, colibrís, guacamayas. Son mías ahora las tra-
diciones vueltas palabra en el mambeadero. Iré siempre
a tu encuentro y, aunque estas líneas son cortas, quiero
hacértelas llegar para que nunca olvides que soy hija de
tu tierra, que soy los ojos de tus hijos, que por mi sangre
tu historia y la de tus gentes han sido olvido, hasta hoy,
pero que después de verte siempre serán recuerdo, me-
moria viva.
Para vos estas líneas, majestuoso Vaupés…