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De pie frente a la puerta de entrada la soledad se le hizo
aplastante. Cuando llegó la buseta sintió náuseas al ver
a la niña jugar con pájaros imaginarios. Ya anidaba en su
corazón una sospecha insoportable.
Entraron en la casa, subió veloz la escalera y salió al bal-
cón para descolgar la jaula. Una voz de protesta sonó a
sus espaldas al tiempo que sentía un leve golpe en las
piernas. Estuvo a punto de perder el equilibrio. La ira y
el dolor acumulados estallaron entonces, en vilo llevó a
la niña hasta la habitación y, gritando amenazas y cas-
tigos, la dejó encerrada. Respirando agitada se acostó,
tiró la jaula sobre el colchón y lloró.
Al despertar lo había decidido. Fue a la habitación de la
niña y la encontró llenando un bloc con dibujos de pája-
ros. Le ordenó que la siguiera. Condujo un par de horas
hasta llegar a las afueras de la ciudad. Allí –frente a un
bosque seco– se levantaba la blanca fachada del hospital
mental.
Camino a casa no pudo evitar sentir que acababa de qui-
tarse un enorme peso de encima.
Habría podido dormirse en el sofá de la sala pero un rui-
do llamó su atención y el miedo reemplazó el cansancio
cuando entró en su alcoba; dentro de la jaula cerrada un
canario empezó a cantar al verla.
Lamujer abrió la boca como para decir algo y se desmayó.