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El país era muy pequeño. Tenía tan pocos habitantes que
sólo había un médico, una enfermera, un cura, un abo-
gado, un policía, un carpintero, un capitán de barco y
así, una sola persona por profesión.
A diferencia del Capitán, que era querido y respetado
por todos, el Carpintero era el objeto de risas burlonas y
agresivos comentarios en su contra. Era el único hijo de
la única Prostituta del país y sólo se supo de su padre lo
que la anciana Vidente dijo cuando la consultaron acer-
ca del encubierto amante: “Se recostará al lado de su pa-
dre cuando les llegue a ambos la hora de la sepultura”.
Pasaron los años y nadie comprendía aún el significado
de estas palabras, pero todos las recordaban y les temían.
¡Querían ver al Carpintero muerto pero ciertamente no
querían morir con él!
A pesar del rechazo, el Carpintero se convirtió en un ha-
bilidoso fabricante de ataúdes. Vivía solo y aislado en una
pequeña isla donde había una plantación de bananos y
a donde sólo se acercaban sus compatriotas cuando al-
guien moría en el pequeño país. Entonces, el Capitán
cruzaba en su barco con algún familiar del occiso quien
hacía el pedido al Carpintero y luego de los cinco días
que tardaba su fabricación, pasaban nuevamente para
recogerlo. Entretanto, en tierra firme, la escena siempre
era la misma: durante esos cinco días el Cura rezaba, el
Abogado buscaba culpables, el Médico se lamentaba y la
madre o la viuda lloraban y gritaban hasta quedar sin voz.
Un día, el Capitán cayó enfermo. El Médico realizó una
rápida revisión de sus síntomas y pronunció el peor de
los diagnósticos: “Al Capitán le quedan tres días de vida,
cuatro si tiene suerte”. A pesar de las terribles náuseas
que sentía y sabiendo que debía actuar con rapidez si
deseaba ser enterrado con dignidad, navegó hacia la isla
del Carpintero y descendió de su embarcación para pe-
dirle personalmente que fabricara su última morada.
Dada la inminencia de este pedido, y sabiendo que no se
podía demorar los cinco días que normalmente le toma-
ba hacer un ataúd pues no habría quien lo recogiera, el
Carpintero corrió a recolectar la madera de los árboles