158
159
caminar al otro lado de la manzana, quizá me estaría es-
perando allí. Después de haber dado varios pasos por la
acera, me parecía no estar avanzando mayor cosa. Pasé
al frente de una puerta blanca de fachada azul que me
resultó familiar, quise detenerme, pero en ese momento
me pitó un carro que estaba estacionado a pocos metros
de mí por la misma acera. Se trataba de uno de esos ridí-
culos cochecitos que parecen una cucaracha, pero que
tienen la ventaja de acomodarse en cualquier parte. Me
dirigí hacia el vehículo. La portezuela izquierda se abrió
y descendió un hombre calvo, gordo, de mediana esta-
tura, con rostro congestionado y rojizo. Se me acercó y
estrechó mi mano. Era mi guía que acababa de llegar.
Inmediatamente entró en confianza y con gesto amable
me dijo:
—Señor, disculpe la tardanza. Otras actividades han re-
tardado mi llegada. Tengo esposa y seis hijos que aten-
der y debo de rebuscarme la vida. Además de guía, también
soy...
En seguida empezó a relatarme varios oficios mientras
me invitaba a abordar su carrito. Volví a mirar la hora y
seguían siendo las 5:15, se acabó de parar el reloj, pensé.
El automóvil tenía la amplitud de un minibús y detrás de
las sillas del fondo había un gran espacio de carga que se
perdía en la penumbra.
-Perdone usted señor mi curiosidad, pero… ¿cómo es po-
sible que un vehículo tan pequeño sea tan amplio por
dentro? Y ¿El enorme espacio detrás de las sillas a qué se
debe? Pregunté intrigado.
—Esta ciudad es demasiado pequeña, respondió, ya no
hay donde construir y todo es muy costoso, de modo
que hay que ahorrar espacio y dinero. Siempre ha sido
una cualidad nuestra acomodarnos como sea a las cir-
cunstancias. Si enciendes ese interruptor verás que en el
espacio de carga hay un pasillo.
Me eché para atrás, encendí el interruptor y encontré un
estrecho pasillo con varias puertas verdes y al fondo una
puerta blanca. Quedé atónito.
—Las puertas verdes son las habitaciones de nuestros hi-
jos y la puerta blanca del fondo es el dormitorio matri-