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frente al público. Entonces se sentaba a beber cerveza
con los demás pescadores, victorioso, hasta que doña
Esther aparecía inquieta y lo sacaba tambaleándose, de
la mano como a un niño que estuviera aprendiendo a
caminar.
—¡Mañana será una gran noche! –gritaba despidiéndose,
con un gesto rápido de la mano en libertad, de sus com-
pañeros. Su madre lo arrastraba, advirtiendo, protectora
y repetida, los peligros de enfrentarse al mar oscuro.
—Ya lo sé, mamá. Quédate tranquila– decía Juan con sua-
vidad, abrazándola mientras metía su nariz, para absor-
ber la saviapuradel olormaterno, en lamaraña cortade supelo.
Al día siguiente, doña Esther no vino por su hijo. El bote
llegó con menos gente, ningún pez y cuatro hombres
con sus caras atravesadas por la desgracia. El tiempo
continuaba frío, casi nublado, y la noticia fulminante de
la muerte de Juan y de Gregorio cayó sobre las caras au-
sentes con violenta pesadez, despojando de inmediato la
necesidad común de continuar con el trabajo. De las ex-
plicaciones me encargué esa misma noche. Fue inútil. La
anciana se cerró, negándose rotunda a aceptar cualquier
posibilidad de enfrentar una verdad que era, sin duda,
más difícil de asumir que la propia muerte. Me contaba
que en las noches lo soñaba vivo de repente, bajándose
del bote para reconocerla en el olor inconfundible de
sus ropas viejas. Por eso, en los días en que se levantaba
con el entusiasmo y la esperanza febril de que su hijo
llegaría de una vez por todas, se ponía su mejor vestido,
se maquillaba con torpeza y caminaba hasta el puerto
basuriento a mirar con mortal cuidado los torsos desnu-
dos de los pescadores macizos descendiendo en fila de la
inmovilidad del bote. Nada.
Lo último que supe fue que, sin dejarse ver del guardia,
apareció en el muelle una medianoche clara. Nadie en-
tiende con qué fuerza desató la soga, con qué energía se
internó en el mar fecundo. Remó hasta que sus brazos
flacos se enfriaron temblorosos y, sin dar media vuelta,
entró en las verdes aguas para confundirse así, minúscu-
la y tiesa, en la masa informe que había recibido hospi-
talaria los restos de su hijo Juan.