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cuantas casillas quieras, con la libertad de asesinar y la
incapacidad de perdonar. ¿Cómo escapar a tus movi-
mientos ágiles? Me tienes acorralado en el marco del ta-
blero, sin escapatoria. El enroque garantizará sólo unos
pocos minutos de la hegemonía de mi reino, mientras
pierdo terreno y me someto a la derrota con la dignidad
de una partida bien jugada. La inteligencia ha sometido,
una vez más, el ímpetu de la fuerza bruta.
Las guerras no traen cambios, el ajedrez tampoco. La ta-
bla no es del negro ni del blanco porque, al final, la tirá-
nica mano que los masacró los devuelve a la misma caja
donde comparten una convivencia inevitable entre ene-
migos, hasta que otras manos decidan volver a jugar con
sus vidas de madera. La rebelión de la ficha a su destino
está destinada al fracaso, nunca huyen de la caja y se
resignan en su quietud. No obstante, hace una semana
había perdido dos peones. Tal vez lograron escapar defi-
nitivamente de la elección fatídica de la mano. Quizá yo
también tenga algún día ocasión de perderme de la caja,
de tantas otras cajas que me obligan a peleas absurdas.
¡Jaque mate! Pronunciaron tus labios con malicia. Yo reí,
pues no veo mayor gloria en derrotar a los débiles. Rey
de las legiones blancas, le ruego me perdone su majes-
tad, una vez más, su pueblo ha muerto en vano.