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Anochece en Amsterdam
Juan Esteban Londoño Betancur
Este viento me atrapa en una encrucijada, y me penetra
casi hasta destruirme. Yo remo en mi bicicleta, comba-
tiendo las ondas que aúllan entre los árboles que poco a
poco se desmoronan, dejando cadáveres de hojas por los
caminos que pisotean los perros. El soplo nórdico inten-
ta desalojarme y grita mientras te tira de los cabellos,
cuando los cuervos pelean por una semilla anaranjada
que puede verse volando sobre el fondo de luz que se
nos va. Ante tal irrupción del universo no puedo hacer
más que dejarme poseer. Unas gotas de tinta se despren-
den de mis ojos, y alcanzo a garabatear estas palabras
sobre las piedras del suelo antes de que oscurezca del
todo. De manera que tengo que recoger piedra por pie-
dra, para llegar a mi casa e intentar reconstruirlas de tal
modo que le den sentido a mi literatura. Ese sentido que
desarma a pedacitos mis recuerdos de un lugar donde
el miedo nunca muere y donde la misma estación en-
cerrada entre montañas hace pensar que la tradición es
inexpugnable. No sé desde cuándo estoy aquí aferrado
al cadáver de Spinoza. Ni si esta vida es más muerte que
aquella que solía sonreírme cuando caminaba en cami-
seta por mi pueblo. Las alucinaciones se suceden con