Página 372-373 - binarius_3_final_web

Versión de HTML Básico

166
167
un juego de mesa? La guerra real no difiere sino en table-
ros y cuestiones higiénicas.
Tras haber comenzado sólo me queda una salida, hacer-
lo de una manera limpia, un jaque perfecto, asegurar
la caída del tirano, el dictador de madera que obedece
al imperio de la mano contraria, la mano perversa. No
creo que la ficha bajo mi elección sienta que mi mano
es benevolente, de hecho no lo es. Cada ficha cumple su
destino sin lugar a cuestiones éticas, ¿estás dispuesto
a morir por tu reino, por tu soberano, por el control de
una tabla baldía en donde, al final, no hay recompensa
más allá de volver a la caja y enfrentarse infinitamente
contra los mismos adversarios? Ni en la madera ni en la
carne se hacen tales preguntas a los contendientes.
Tras las primeras muertes, oigo el llanto de las mujeres.
Esposos e hijos desaparecen ante la selección maldita de
la mano del jugador o la mente del general. Las mujeres,
morenas como la cerámica, se inmolan en la mitad del
campo de batalla en un intento de detener la masacre.
Mi mano duda, la del contendiente, avanza. No existe el
escándalo de la sangre y la carnicería en la tabla que nos
detenga, sólo la imprecisión o la certeza de un cálculo
matemático.
Los peones han muerto. La nobleza exhibe la sofistica-
ción de sus armas. Uno a uno caen los adversarios en
los cuadros tapizados en negro y blanco. Las dicotomías
siempre presentes: negro y blanco, amigo y enemigo,
carne contra madera, sacrificio frente a la voluntad de
vivir. El privilegio de controlar hasta los movimientos de
la aristocracia constituye una prerrogativa que sólo per-
tenece a los dioses.
¿Qué piensa tumano blanca, mientras dudas en ele como
el caballo, horizontal o vertical como la torre, diagonal
como el alfil, o en los limitados movimientos del sobe-
rano? He visto astucia en tus ojos mientras tratabas de
anticipar mi próxima jugada, el siguiente paso en falso.
Siempre supiste que nunca fui tan bueno como tú en el
ajedrez.
En cuanto a movimientos he creído que eres más como
la dama, con libertad de moverte hacia donde quieras,