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había regresado a narrarme otra de sus historias,
una de sus fabulosas aventuras de ultramar,
pero me engañaba.
Después del largo silencio del cráneo de mi abuelo,
decidí entonces contarle a él
la siniestra historia de mi prima Raquel,
la que engulleron asada, con yuca, en un siniestro acto
de adiestramiento de terror en mi tierra.
Su cabellera, larga y frondosa, dejaron engarzada
en lo alto de una palma de coco,
agitada por el viento del olvido
que, poco a poco, la va dejando calva.
El mar se había tragado el cementerio de Uveros y Damaquiel
creando gran alboroto de huesos en sus aguas,
y en la playa un cangrejo azul cargaba pesadamente
la dentadura postiza, con un diente de oro,
que le robó al cráneo de mi abuelo Benigno.
Al final de la tarde,
la marea se llevó mar adentro a mi abuelo
con la historia que le conté
encajada en la memoria.