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entonces no hace falta ocupar espacio en vano
con viejos amuletos, viejas ropas.
En la buena maleta (sigue siendo imprescindible)
deje el espacio necesario para que quepa un olvido
que se trague todo lo que fue ¡y no lo escupa!
Una vez seguro de que ya no hay nada dentro
más que el aire transparente del futuro
proceda a entrar usted, empezando por los miembros
inferiores.
Verá cómo el cuerpo se desarma,
manos, boca, pies y cadera,
componen nuevos paisajes y palabras
en una especie de viaje a la semilla.
Comience a nombrar el mundo a su deseo.
No tema: al entrar en la maleta ya pensaba en iniciar
de cero.
Hágalo poco a poco, nadie le ordena lo contrario.
Dóblese allí, córtese allá, diga algo que no significa
nada.
Suba los hombros como si no le importara
y compruebe dichoso que así es:
que no le importa.
Porque ya empieza a sentirse lejos.
Está cerrando sobre sí la tapa,
corriendo lo mejor que puede la cremallera,
recostando la oreja en cualquier superficie
y preparándose para dormir lo que dure el viaje.
Alguien se encargará de pasar a recogerlo;
hay gente que se gana así la vida.
Entre sueños sentirá el ajetreo del transporte,
los ecos del movimiento, leves temblores.
Procure no despertar,
es posible que el resto del trayecto sea incómodo.
Y usted viaja buscando todo lo contrario.
Una comodidad sin contratiempos,
que recuerda haber conocido alguna vez antes de todo.